Ahora ya sé que entre las tres menos salvajes, hay una rubia, una de trigo y otra estilo Amber llamada Milana Tostada que os describo así: de espuma compacta, marrón claro y cremosa pero de reducida persistencia. El carbónico es apreciable en forma de grandes burbujas aunque está bien concentrado e integrado. De tonos marrones y rojos, tiene un aire a miel. Turbia, velada y con algún sedimento que refuerza su carácter natural y delata ausencia de filtrado.
En la nariz se combinan el aroma herbal del lúpulo con las diferentes maltas usadas. El proceso productivo tradicional y de nuevo, la falta de filtración y pasteurización potencian la intensidad de los aromas a cereal tostado, chocolate, café o ceniza. Detrás, fruto de la alta fermentación aparece la levadura, el pan y la acompañan sutiles esteres que dejan olor a plátano. Reservados para el final hay variedad de notas a especias, flores, cítricos y piel de naranja.
Arranca rayando lo goloso, aunque muta rápidamente hacia lo amargo, hasta tal punto, que culmina en ligeros pellizcos picantes y salados. Su cuerpo rugoso y cremoso se palpa. Hay buena acidez y justa contraposición entre amargor y dulzor. El corto recuerdo es lo opuesto al ataque, de astringente e intenso amargor muda a lo torrefacto, lo tostado y hasta lo afrutado.
Aprecio que tanto esta Milana Tostada como las otras dos que conocí en Montemayor de Pililla conserven parte del instinto animal de la de Azarías, ese que las hace tirar al monte donde están sus orígenes, la tierra de secano, la cebada, el trigo, la elaboración natural y las tradiciones rurales.
© Fernando Terán
Catador de cervezas
Comentarios