De raíces trapenses, su velada limpidez ayuda a que sus tonos dorados mate se parezcan más al marrón cobrizo que al rojo anunciado por su propio nombre. Olfativamente son evidentes los aromas horneados y tostados del cereal y la malta junto con los toques florales del lúpulo. No tan claros, fruto de las levaduras, una primera y alta fermentación, más una segunda ya en botella, hay esteres afrutados de melocotón y manzana. Antes de irse, deja más frutos rojos y flores.
En boca todo este popurrí de cereal horneado, pan tostado, fruta y fruto seco provoca un arranque dulce. Pero poco a poco, de forma carnosa y untuosa va moldeándose hasta alcanzar un equilibrio sobrio. Como remate final, hay una fina pero evidente chipa astringente que deja constancia de la principal cualidad gustativa de la cerveza y transmite una agradable sensación sedosa.
Algo tenía que tener para ser una de las únicas seis cervezas belgas cualificada como auténtico producto trapense. Bueno, voy a dar otro trago y seguir recreándome con la Selección Española.
© Fernando Terán
Catador de cervezas