Procedentes del mismo viñedo, ambos se elaboran con un 70% de tempranillo también se diferencian en el resto de variedad vinificada, en el primero que catamos es syrah y en el segundo garnacha.
La fase visual apenas nos aporta pistas fiables. Ambos son delgados pero turbios y aunque el primero sea ligeramente menos opaco, no apreciamos diferencias en fluidez o limpidez.
El colorido cereza y la alta intensidad de ambos, aportada por los taninos, tampoco nos ayuda a despejar la incógnita planteada.
Pero al enfrentarlos en la nariz nuestro reto empieza a resolverse. En el primero hay flores y frutos del bosque algo verdes; también hay olores a jabón propios de la fermentación. Pero no hay duda de que su paleta aromática es más corta.
En el segundo igualmente hay flores pero además es herbal. Es más complejo y huele a regaliz, a madera, a vainilla y a otras especias.
Con la certeza que hemos descubierto la identidad de cada uno, pasamos a catarlos en boca. El primero es ácido y deja una sensación de astringencia que finaliza en las encías. Es fresco y verde pero de recuerdo muy corto.
El segundo vino también transmite sequedad pero de forma opuesta a la sensación que generó el otro, aquí empieza en la punta de la lengua y termina en el paladar. Además el retrogusto en este es más duradero.
A estas alturas imagino que también habréis adivinado que el Calendas Roble es el que hemos estado llamando segundo vino y que es el que aparece en la foto a la derecha y tiene etiqueta roja.
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