En estos días de tranquilidad me encuentro con amigos que hace tiempo que no veía y el reencuentro siempre es grato. También me ha pasado en el vino.
Llevo un tiempo viajando por regiones lejanas, conociendo nuevas sensaciones y dejándome llevar por propuestas más modernas, quizás un tiempo perdido, o quizás estoy perdiendo el tiempo, no sé.
Ahora me apetece volver a casa, a lo mío. Y para este retorno, nada mejor que los vinos clásicos de Rioja. De Haro partí hace años para recorrer el mundo sensorial, y a Laguardia o Páganos vuelvo para descansar de tanto tanino, alcohol y potencia. La Rioja me recibe franca, sin doblez, fresca y suave en la boca, elegante y discreta, floral y con nervio.
Después de tanto cuerpo, de un viaje a latitudes calientes y aromas primarios, vuelvo al desván en la copa, a los aromas terciarios, a las pimientas, a la vainilla en rama, y al cuero en el aire.
Que bueno saber que uno, siempre puede volver a casa, cuando algo se pone feo.